De mi

Vivo en el barrio del puerto, el de los humildes pescadores, que vuelven cansados de sus barquitas, ávidos de ron, comida y mujeres; el barrio de las putas en las esquinas, de cuerpos rebozantes que se cuelan entre sus escasas y sintéticas ropas. Negras de lagras trenzas, macizas, de piel brillante y gruesos contornos, coloridas, chillonas, perras. Vivo en el barrio de los cabarulos, el del perpetuo bullicio, de la música popular a todo volumen, de los turistas que bajan de lujosos cruceros, gente que se ve tan típica como ridícula. Ah, pero traen dólares, el festín de los vendedores de cualquier cosa.

Vivo en el barrio de los olores de alcantarilla, esquinas donde mean a cualquier hora los incontinentes de licor, delicia de las moscas. El barrio donde el camión de la basura a veces se olvida de pasar, donde si caminás cuatro cuadras arriba más vale ir pelado porque si no se te complica. Siempre mejor agarrar la playa, el camellón o la plaza, ahí si es seguro.

Vivo en el barrio de aroma a fritanga, a tamal, a arepa, a carro de frutero. El de las aglomeraciones frente a los locales que venden lotería. El de frentes de casas de colores y roídos. Donde todo el mundo sale a la vereda con sus mecedoras a la hora que oscurece. Donde se mezclan los acordes de voces humanas, gritos de pibes y música, (música infaltable, omnipresente). No se sabe nunca qué día es, me pierdo, todos los días son Sábado. Imposible distinguir.

Desde mi balcón del sexto piso la mirada se me pierde en el horizonte, infinito, inalcanzable, de mar. Me molesta cuando veo barcos de gran calado haciendo sus negocios, entorpecen la magia de mi visión, y la de mis ideales. Solo me gustan las barcas de pescadores, a remo, las que salen con redes o tramayos, de colores ellas, tan pequeñas que no entendés cómo se la bancan, allá lejos, solitas, sin reparo al rayo del Dios todopoderoso.

Magia. Belleza. Realidad perfecta.

Y yo...abriendo los ojos cada día aplazando mi yo anterior. En cierto sentido me voy re-descubriendo como adherida al bajo mundo, y extrañamente, me voy sintiendo parte de él...y cada vez más lejos del cómodo sillón burgués.

Abro el balcón a la mañana respirando salitre y sol, le sonrío a las palabras varoniles que me dicen dulces bellezas al pasar, realmente son capaces de levantar la autoestima más desnutrida. (Aunque mi soledad y libertad se encuentran tan pefectas, tan cómodas...hay espacios a los que no ceden, ni bajo insistencia). 

Mi casa está escasa de todo. Impresiona ver cómo podemos ser capaces de vivir sin cosas casi. Y aún podríamos hacerlo con menos... Crece la creatividad, se enaltece el ingenio, y la tabla de valores va asentándose en el orden que tiene que ser.. Sí, yo estoy creciendo, y me caigo, y me levanto. A veces se me desdibuja lo que vine a buscar, a veces me siento un sapo que solo cambió de pozo, a veces quiero escuchar la voz de mi vieja, la de mis hermanas, o la de mis sobrinos al tocar timbre... A veces siento que siempre seré una extraña al mundo en el que le tocó en suerte vivir, donde sea que me encuentre. Y tal vez lo sea, pero estoy creciendo. Y la experiencia es sin dudas fascinante.

Además, después de todo, siempre me gustó lo extraño. Y toda esta bizarrada, por fin... que soy yo !!.

Por otro lado, en éste país, el de una inflación anual de escaso 2 % , (la inflación más baja en cincuenta años en Colombia), el laburo también escasea, al menos el laburo que conocemos, el de neto corte capitalista, lo que también idefectiblemente agudiza el filo mental, y te sigue haciendo perseguir y crear sueños..., y en eso estoy. Sí claro, vendo artesanías en lo del ecuatoriano cuando vienen los gringos en sus Titanic, pero la araña de mi cabeza busca lo que quiere, y anda golpeando las puertas, hasta que alguna, finalmente... se abra.

Y se va a abrir.

Así me quede el cuero pelado.
Así me sangren los pies y desfallezca en el intento.
De mi, todo lo doy.
Por mi.


El barrio en el que yo vivo enseña. Y compromete.

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