viernes, 21 de mayo de 2010

Santa Marta

Hacen la guerra para hacer el amor

La rebelión estalla en las costas del Caribe y los truenos sacuden la Sierra Nevada. Los indios se alzan por la libertad del amor.
En la fiesta de la luna llena, bailan los dioses en el cuerpo del jefe Cuchacique y dan magia a sus brazos. Desde los pueblos de Jeriboca y Bonda, las voces de la guerra despiertan la tierra toda de los indios tayrona y sacuden Masinga y Masinguilla, Zaca y Mamazaca, Mendiguaca y Rotama, Buritaca y Tairama, Maroma, Tayronaca, Guachaca, , Chonea, Cinto y Nahuanje, Mamatoco, Ciénaga, Dursino y Gairaca, Origua y Durama, Dibocaca, Daona, Chengue y Masaca, Daodama, Sacasa, Cominca, Guarinea, Mauracataca, Choquenca y Masanga.

El jefe Cuchacique viste la piel del jaguar. Flechas que silban, flechas que queman, flechas que envenenan: los tayrona incendian capillas, rompen cruces y matan frailes, peleando contra el dios enemigo que les prohíbe las costumbres.

Desde lo más lejano de los tiempos, en estas tierras se divorciaba quien quería y hacían el amor los hermanos, si tenían ganas, y la mujer con el hombre o el hombre con el hombre o la mujer con la mujer. Así fue en estas tierras hasta que llegaron los hombres de negro y los hombres de hierro, que arrojan a los perros a quienes aman como los antepasados amaban.

Los tayrona celebran las primeras victorias. En sus templos, que el enemigo llama las casas del Diablo, tocan la flauta en los huesos de los vencidos, beben vino de maíz y danzan al son de los tambores y las trompetas de caracoles. Los guerreros han cerrado todos los pasos y caminos a Santa Marta y se preparan para el asalto final.


Ellos tenían una patria

El fuego demora en arder. Qué lento arde.
Ruidos de hierro, ambular de armaduras. El asalto a Santa Marta ha fracasado y el gobernador ha dictado sentencia de arrasamiento. Armas y soldados han llegado desde Cartagena en el momento preciso, y los tayrona, desangrados por tantos años de tributos y esclavitudes, se desparraman en derrota.

Exterminio por el fuego. Arden las poblaciones y las plantaciones, los maizales y los algodonales, los campos de yuca y papas, las arboledas de frutales. Arden los regadíos y las sementeras que alegraban la vista y daban de comer, los campos de labranza donde los tayrona hacían el amor a pleno día, porque nacen ciegos los niños hechos en la oscuridad.

Cuántos mundos iluminan éstos incendios?. El que estaba y se veía, el que estaba y no se veía..

Desterrados al cabo de setenta y cinco años de revueltas, los tayrona huyen por las montañas hacia los más áridos y lejanos rincones, donde no hay pescado ni maíz. Hacia allá los expulsan, sierra arriba, para arrancarles la tierra y la memoria: para que allá lejos se aíslen y olviden, en la soledad, los cantos de cuando estaban juntos, federación de pueblos libres, y eran poderosos y vestían mantos de colorido algodón y collares de oro y piedras fulgurantes: para que nunca más recuerden que sus abuelos fueron jaguares.

A las espaldas, dejan ruinas y sepulturas.

Sopla el viento, soplan las almas en pena, y el fuego se aleja bailando.


Memoria del Fuego 1, Eduardo Galeano




Nota de la autora: No existe en el planeta un paraíso tan embriagador como Tayrona, donde hoy, por suerte, siguen viviendo (como pueden), la descendencia de estos indios de América Majestuosa.